Polizonte en el lado oscuro de la sombra


El pecho es un nido de preguntas
los párpados, ríos.

¿Qué más que sentarse a escribir?
¿Qué más?

Quizás la ola más fuerte
de algún mar furioso y sano
podrá arrancarte la promesa
que leo en tus ventanas de muerte

Quizás podré llevarte, de plena sombra,
al otro lado del mundo.
Cuba.
Rusia.

Y las moscas que en el parto nos mambiaron
huirían con las gotas
con la espuma
de cada una de esas olas

¿Qué más que sentarse a escribir?
¿Qué más?

Son las escalas las que nos giran
aún vivos
son remolinos del agua blanda
los que se llevan el tedio

Y mis músculos, bondades
con ganas de andar viviendo
Las letras azules, ritos
de algún bendito terreno
(en ese lugar del mundo al que todavía no llego)

¿Qué más que sentarse a escribir?
¿Qué más?

Si ya
de todo nos hemos dicho
ante a las estrofas del mar.
Testigo y juez de un silencio ruidoso.

¿Qué más que sentarse a escribir?
¿Qué más?

Espere; imagine que, de golpe,
la vida se para de guantes
y tiene la fuerza de Sacco,
de Miguel y de Nacho,
de Mayra y Tilín

Y todos -bien alimentados-
fajan, saltan y asaltan
las barreras
de las virtudes

Y nosotras los seguimos.
De repente volvemos a creer,
los ojos nos brotan ávidos
por las yemas de los dedos

Todo crece: piel y pelo
plantas, Hijos, perros.

Sí.

Si total aquí no falta casi nada:
Hay cielo y es amplio, austral,
tierno y celeste.
Hay mar además.
Testigo implacable



No
Es que son cepos
los veinticinco mundos
que rondan en cada ocaso
las pupilas de mi naturaleza.


¿Qué más que sentarse a escribir?
¿Qué más?

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